BREVE HISTORIA DEL NEOLIBERALISMO: veinte años de economía de elite y
las oportunidades emergentes para un cambio estructural.
Los
organizadores de la conferencia me han solicitado una breve historia del
Neoliberalismo que titularon: “Veinte años de economía de elite”. Siento mucho decirles que para que esto tenga
sentido, debo partir desde un poco más atrás, tal vez unos 50 años, al
finalizar las Segunda Guerra Mundial.
Si en 1945 o 1950 alguien hubiera propuesto cualquiera de
las ideas o políticas que hoy son comunes en el recetario neoliberal, se
habrían reído en su cara p lo habrían enviado a un asilo de locos. En esa época, al menos en los países
occidentales, todos eran keynesianos,
socialdemócrata, socialcristiano demócratas o de alguna variante del
marxismo. La idea de que el mercado
podría tomar las principales decisiones políticas y sociales; la idea de que el
estado debería reducir su rol en la economía o que las corporaciones pudieran
tener plena libertad, que los sindicatos debían ser restringidos y a los ciudadanos se debería dar menos en vez de
más seguridad social – tales ideas eran completamente ajenas al espíritu de la época. Aunque pudiera haber habido alguien de acuerdo con esas ideas, él o ella habría
vacilado en adoptar tal posición en público y habría tenido grandes
dificultades en encontrar quien escuchara.
Sin
embargo, por increíble que parezca hoy día, particularmente entre los jóvenes,
el FMI y el Banco Mundial eran vistos como instituciones progresistas. Se les llamaba a veces, los “gemelos de
Keynes”, porque eran los engendros mentales de Keynes y de Harry Dexter White,
uno de los cercanos consejeros de Franklin Roosevelt. Cuando en 1944 se crearon estas instituciones
en Bretton Woods, su mandato era ayudar
a prevenir futuros conflictos, apoyando la construcción y el desarrollo y resolviendo
problemas temporales en las balanzas de pagos. No tenían ningún control
sobre las decisiones económicas de los gobiernos individuales, ni su mandato
incluía una licencia para intervenir en las políticas nacionales.
En las
naciones occidentales, el estado de
Bienestar y el New Deal habían estado
funcionando desde los 30, pero su expansión había sido interrumpida por la
guerra. En la posguerra, la primera
instrucción fue reponerlos. El otro
importante ítem de la agenda, fue volver a reponer el movimiento del comercio
mundial – esto se cumplió a través del Plano Marshall, que de nuevo estableció a
Europa como el principal socio comercial de los Estados Unidos, la principal
economía del mundo. Fue en este tiempo
cuando fuertes vientos de descolonización comenzaron a soplar, en donde la
libertad fue obtenida por medio de acuerdos, como en India, o a través de la
lucha armada, como en los casos de Kenya, Vietnam y otras naciones.
En
conjunto, el mundo había firmado una agenda extremadamente progresista. El gran estudioso Karl Polanyi, publicó su
obra maestra La Gran Transformación en 1944, una fiera crítica a la
sociedad industrial del siglo XIX, basada en el mercado. Entonces, han pasado más de 40 años desde que Polanyi hizo esta
asombrosamente profética y moderna declaración:
“Permitir al mecanismo del mercado ser el único director del destino
humano y de su ambiente natural... resultaría en la demolición de la sociedad”
(p.73). Sin embargo, Polanyi estaba
convencido de que tal demolición ya no podría ocurrir en el mundo de la
posguerra, porque como decía (p. 251): “Desde dentro de las naciones, estamos
presenciando un desarrollo bajo el cual,
el sistema económico no dicta la ley a la sociedad y se asegura así la primacía de la sociedad sobre ese sistema”
Pero
lástima, el optimismo de Polanyi estaba
mal ubicado – el punto central del neoliberalismo es que al mecanismo del
mercado, debería permitírsele dirigir el destino de los seres humanos. La economía debería dictar sus leyes a la sociedad
y no al revés. Y tal cual lo previó
Polanyi, esta doctrina nos está
conduciendo directamente hacia “la demolición de la sociedad”.
¿Y
entonces qué pasó? ¿Por qué hemos
alcanzado este punto, medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial? O como
han preguntado los organizadores: ”¿Por qué tenemos esta conferencia justo
ahora?” La respuesta es breve: “es debido a la serie de crisis financieras, especialmente en
Asia”. Pero esto reclama otra pregunta
y es la pregunta que realmente se están haciendo, que sería: “Cómo llegó a
emerger el neoliberalismo desde su posición de ghetto ultraminoritario para
transformarse en la doctrina dominante que es hoy día?” ¿Por qué el Banco Mundial y el FMI pueden intervenir a voluntad y forzar a los
países a participar en la economía mundial, en términos desfavorables? ¿Por qué
la Seguridad Social se encuentra amenazada en todos los países en donde alguna
vez fue establecida? ¿Por qué el medio ambiente se encuentra al borde del
colapso y por qué hay tantos pobres en los países ricos como pobres, en un periodo como éste,
de tanta riqueza? Estas son las preguntas que deben responderse desde una
perspectiva histórica.
Como
alegamos en la revista trimestral Dissent, una explicación posible para
el triunfo del neoliberalismo y de los desastres económicos, políticos,
sociales y ecológicos que lo acompañan, es que los neoliberales han comprado y
pagado su propia “Gran Transformación” viciosa y regresiva. Ellos comprendieron –como no lo hicieron los
progresistas— que las ideas tienen consecuencias. Partiendo de un pequeño embrión en la Universidad de Chicago, con el filósofo y
economista Friedich von Hayek y sus estudiantes --como Milton Friedman en su
núcleo—los neoliberales y sus patrocinadores, crearon una enorme red
internacional de fundaciones, institutos, centros de investigación,
publicaciones, académicos, escritores emparrillados en relaciones públicas,
para desarrollar, empaquetar y promover incansablemente sus ideas y doctrinas.
Ellos
construyeron este cuadro ideológico tan altamente eficiente, porque
comprendieron lo que decía el pensador marxista Antonio Gramsci cuando
desarrollo el concepto de hegemonía cultural.
Si Ud. Puede ocupar la cabeza de la gente, sus corazones y sus manos le seguirán. Yo no puedo dar detalles aquí, pero créanme,
el trabajo ideológico y promocional de la derecha ha sido absolutamente
brillante. Gastaron cientos de millones
de dólares, pero el resultado justifica cada centavo invertido, pues lograron
hacer que el neoliberalismo pareciera como si fuera la condición natural y
normal de la humanidad. No importando
cualquiera haya sido el tipo o número de desastres que creó tan visiblemente el
sistema liberal; no importando qué crisis financiera haya engendrado ni cuántos
perdedores ni cuántos marginados vaya a crear, así y todo, parecía inevitable
--como un acto divino-- como si fuera
el único orden económico y social a
nuestra disposición.
Permítanme
enfatizar cuan importante es comprender que este vasto experimento neoliberal
bajo el cual todos estamos forzados a vivir, ha sido creado por gente con un
propósito. Cuando ustedes capten esto, cuando ustedes comprendan que el
neoliberalismo no es una fuerza como la gravedad, sino una construcción
totalmente artificial, también podrán comprender que lo que algunos han creado,
otra gente, pueden cambiarlo. Pero no pueden cambiar esto sin reconocer la
importancia de las ideas. Yo de todo corazón, estoy con los proyectos de las
bases, pero también advierto que todos esos proyectos pueden colapsar si el
clima ideológico le es hostil a sus propósitos.
De este
modo, desde una secta pequeña e impopular
- casi carente de influencia-- el neoliberalismo ha llegado a ser la
mayor religión universal, con su doctrina dogmática, su sacerdocio, sus
instituciones legislativas y quizá, lo que es más importante, su infierno para los herejes y pecadores que
se atreven a oponerse a la verdad revelada. Oskar Lafontaine, el ex Ministro
de Finanzas de Alemania --a quien el Financial
Times llamó un “keynesiano no reconstruido”--
recientemente fue enviado al infierno porque se atrevió a proponer impuestos
más altos a las corporaciones, junto con recortes de impuestos para las
familias ordinarias y menos afluentes.
Habiendo
establecido el escenario y el contexto, déjenme apurarme para regresar al marco
de 20 años que se me solicitó. Esto
significa 1979, el año que Margaret Thatcher
llegó al poder y lanzó la revolución liberal en Gran Bretaña. La Dama de Hierro era ella misma una
discípula de von Hayek, era una social
darwinista que no le daba escalofríos expresar sus convicciones. Era muy conocida por justificar su programa
con una sola palabra, T I N A : There is No Alternative ( No hay alternativa). El valor central de la doctrina de la Tatcher
y del neoliberalismo en sí mismo, es la noción de competencia –competencia
entre naciones, regiones, empresas y por supuesto, entre individuos. La competencia es central porque separa las
ovejas de los carneros, los hombre de los niños, los aptos de los ineptos. Se supone que distribuye los recursos, sean
físicos, naturales, humanos o financieros con la mayor eficiencia posible.
En un
agudo contraste, el gran filósofo chino Lao-Tze termina su Tao-te-Ching con
las siguientes palabras: “Por sobre
todo, no compitas”. Los únicos actores
en el mundo neoliberal que parecen haber tomado en cuenta el consejo --los más
grandes actores de todos-- son las Corporaciones Transnacionales. El principio
de competencia se aplica escasamente a ellas; prefieren practicar lo que
podríamos llamar el Capitalismo de Alianza. No es accidental que --dependiendo
del año-- entre los dos tercios a tres cuartos de todo el dinero etiquetado
bajo “Inversión Extranjera Directa” no se dedique a inversión creadora de nuevo
empleo, sino a fusiones y adquisiciones que casi invariablemente resultan en
pérdidas de empleos.
Dado que
la competencia es siempre una virtud, sus resultados no pueden ser malos. Para
el neoliberal, el mercado es tan sabio y tan bueno, que al igual que Dios, su
mano invisible puede hacer el bien de un mal aparente. Así, la Thatcher dijo en uno de sus
discursos: “Es nuestra función glorificarnos en la desigualdad y velar que a
los talentos y las habilidades se les sea dado una salida y expresión para el
beneficio de todos nosotros”. En otras palabras, no se inquieten por los que
quedan atrás en la competencia. La gente es desigual por naturaleza, pero esto
es bueno, porque las contribuciones de los bien nacidos, mejor educados, los
más duros, eventualmente beneficiarán a todos.
Nada en particular se debe a los débiles, a los pobremente educados; lo
que ocurra con ellos es su propia culpa, nunca la falta de la sociedad. Si al sistema competitivo se le da “salida”,
como dice Margaret, con ello la sociedad será mejor. Desafortunadamente, la historia de los
últimos 20 años, nos enseña exactamente lo opuesto.
En la
Gran Bretaña pretatcheriana, una persona de cada diez, se clasificaba como
viviendo por debajo del nivel de pobreza; un resultado no muy brillante pero
honorable, según van las naciones, pero en todo caso, muy superior al periodo
de preguerra. Actualmente, una persona
de cada cuatro y un niño de cada tres, es oficialmente pobre. Este es el significado de la sobrevivencia de
los más aptos: gente que no puede
calentar sus casas en invierno, que deben poner una moneda en el medidor antes
de tener electricidad o agua; que no poseen un abrigo impermeable y caliente,
etc. Yo estoy tomando estos ejemplos del
informe de 1996, del Brittish Child Poverty Action Group. Ilustraré el resultado de las reformas
“impositivas” bajo Tatcher-Mayor, con un solo ejemplo: durante los 1980s el 1% de los contribuyentes
recibían el 29% de todos los beneficios de reducción de impuestos, de modo que
una persona que recibía la mitad del salario medio, encontraba que sus
impuestos se habían alzado en un 7%; en tanto que una sola persona que ganaba 10 veces el salario medio, recibía
una reducción del 21%.
Otra
implicación de la competencia como valor central del neoliberalismo, es que el
sector público debe ser brutalmente reducido, ya que no debe ni puede obedecer
la ley básica de competir por ganancia o participación en el mercado. La privatización es una de las mayores
transformaciones económicas de los pasados 20 años. Esta tendencia comenzó en Gran Bretaña y se
extendió por el mundo.
Comencemos
preguntándonos por qué los países capitalistas tienen servicios públicos y por
qué todavía los hacen. En realidad, casi
todos los servicios públicos constituyen lo que los economistas llaman
“monopolios naturales”. Un monopolio
natural existe cuando el tamaño mínimo para garantizar la eficiencia económica
máxima, iguala el tamaño real del mercado.
En otras palabras, una compañía debe tener un cierto tamaño para
realizar economías de escala y proveer así, los mejores servicios posibles al
más bajo costo, para el consumidor. Los
servicios públicos requieren muy grandes inversiones de infraestructura en el
comienzo –como ocurre con las vías férreas o las redes eléctricas— lo que no
alienta la competencia. Es por eso que
los monopolios públicos son la solución óptima obvia. Pero los neoliberales definen de ipso
facto todo lo que es público como “ineficiente”.
¿Entonces
qué ocurre cuando un monopolio natural se privatiza? Casi normal y naturalmente, los nuevos
propietarios capitalistas tienden a imponer precios de monopolio al público,
mientras se remuneran ricamente a sí mismos.
Los economistas clásicos llaman a esta ocurrencia: “falla estructural
del mercado”, ya que los precios son más altos de lo que deberían ser y el
servicio al consumidor no es necesariamente bueno. A fin de prevenir la falla estructural de
mercados, --hasta mediados de los 80— los países capitalistas de Europa, casi
universalmente confiaban los correos, las telecomunicaciones, la electricidad,
el gas, los ferrocarriles y los metros, el transporte aéreo y usualmente los
otros servicios como el agua, la recolección de basura, etc., a monopolios estatales. Los EEUU son la gran excepción, ya que es demasiado
grande geográficamente para favorecer monopolios naturales.
En todo
caso, Margaret Tatcher comenzó a cambiar todo esto. Como surplus, también pudo usar la privatización para quebrar el
poder de los sindicatos. Al destruir al
sector público –donde los sindicatos son más fuertes—también fue capaz de
debilitarlos drásticamente. Así, en Gran
Bretaña entre 1979 y 1994, el número de empleos en el sector público se redujo
de sobre 7 millones a 5 millones, que representó una caída del 29%. Virtualmente, todos los empleos eliminados,
eran empleos sindicalizados. Dado que en
el sector privado el empleo se mantuvo estancado durante esos 15 años, la
reducción global en el número de empleos británicos llegó a 1.7 millones, una
caída de 7%, comparada con 1979. Para
los neoliberales, siempre es mejor menos que más trabajadores, ya que más
trabajadores pesan sobre el reparto del valor.
En cuanto
a otros efectos de la privatización, éstos eran predecibles y fueron
dichos. Los gerentes de las nuevas empresas
privatizadas, a menudo la misma gente de antes,
doblaron o triplicaron sus salarios.
El gobierno usó el dinero de los contribuyentes para perdonar deudas y
recapitalizar empresas antes de ponerlas en el mercado –por ejemplo, la
compañía de agua obtuvo 5 mil millones de libras esterlinas de liberación de
deudas, agregando 1.6 mil millones de libras, llamadas la “dote verde” para
hacer a la novia más atractiva a los posibles compradores. Se hace una gran alharaca en relaciones
públicas, acerca de cómo los pequeños
propietarios de acciones tendrían una tajada de estas compañías –de hecho, 9
millones de británicos compraron acciones—pero la mitad de ellos invirtieron
menos de 1000 libras y la mayoría de ellos vendió sus acciones muy rápidamente,
tan pronto como pudieron obtener beneficios instantáneos.
De los
resultados, uno fácilmente puede ver que todo el asunto de la privatización no
está relacionado con la eficiencia económica ni en el mejoramiento de los
servicios al consumidor, sino simplemente, en la transferencia de riqueza de la
bolsa pública –que podría ser responsable de redistribuirla para solucionar
desigualdades sociales—a las manos privadas.
En Gran Bretaña como en cualquier otro lugar, la aplastante mayoría de
las acciones de las compañías privatizadas, están en manos de instituciones
financieras y de inversionista muy
grandes. Los empleados de la British
TELECOM habían comprado solamente el 1%
de las acciones; los de la British Aerospace, el 1.3%, etc. Antes del asalto de Mrs. Tatcher, gran parte
del sector público británico producía ganancias. Consecuentemente, en 1984, las compañías
públicas contribuían al tesoro con más de 7000 millones de libras. Ahora, todo ese dinero va hacia los
accionistas. Actualmente, los servicios
en las industrias privatizadas son a menudo desastrosos –el Finacial Times reportó una invasión de ratas en el sistema de
agua potable en Yorkshire y quien quiera que haya sobrevivido tomando los trenes
Thames, merece una medalla.
Exactamente
estos mismos mecanismos se han puesto a funcionar a lo largo del mundo.
En Inglaterra, el Instituto Adam Smith fue el socio intelectual para la
creación de la ideología privatizadora.
USAID y el Banco Mundial también han usado a expertos del Adam Smith y
han propagado la doctrina privatizadora en el Sur. Hacia 1991, el Banco Mundial ya había hecho
114 préstamos para acelerar el proceso y
cada año, su informe financiero de desarrollo global, reporta listas de cientos
de privatizaciones realizadas en los países deudores del banco.
Propongo
que dejemos de hablar de privatización y usemos palabras que digan la verdad:
Estamos hablando acerca de la enajenación y entrega del producto de décadas de
trabajo de miles de personas a una ínfima minoría de grandes
inversionistas. Éste es uno de los más
grandes atracos a mano armada realizada en nuestra o en cualquier otra
generación.
Otra
característica estructural del neoliberalismo consiste en remunerar al capitalismo
en detrimento del trabajo y así, trasladar la riqueza desde el fondo de la
sociedad hacia la cumbre. Si Ud. está,
digamos, en el 20% superior de la escala de ingresos, Ud. estará en condiciones
de aprovechar del neoliberalismo y cuanto más arriba esté, mucho más
ganará. Contrariamente, el sector
inferior del 80%, lo pierde todo y cuanto más abajo esté, proporcionalmente
mayor será su pérdida.
Pero me
había olvidado de Ronald Reagan. Déjenme
ilustrarles este punto con las observaciones de Kevin Phillips, un analista
republicano y antiguo asistente del presidente Nixon, quien publicó un libro en
1990 titulado La política de los Ricos y los Pobres (The Politics of Rich
and Poor). Él traza el camino que
siguen las doctrinas y políticas neoliberales de Reagan, que cambiarán la
distribución del ingreso de los norteamericanos entre 1977 y 1988. Estas políticas fueron extensamente
elaboradas por la conservadora Heritage Foundation, el grupo de asesores en
materia de principios de la administración Reagan y que aún hoy en día, es una
fuerza importante en la política estadounidense. Pasando la década de los 80, el 10% superior
de las familias aumentó sus ingresos un 16%; de éstos, el 5% superior, aumentó
sus ingresos en 23%; pero el extremadamente afortunado 1% de las familias
norteamericanas pueden agradecerle a Reagan su incremento en un 50%. Sus ingresos van de los 270 000 a los 405 000
dólares. En cuanto a los más pobres, el
80% de abajo, perdió algo y de acuerdo a la norma, cuanto más abajo, más
pierde. El 10% más bajo de los
norteamericanos alcanzó el nadir: de
acuerdo a las cifras de Phillip, perdieron el 15% de sus ya magros ingresos; de
una media anual de $4 113 dólares cayeron a un inhumano $3 504. En 1977, el 1% superior de las familias
tenían un ingreso medio 65 veces más alto que el 10% de más abajo. Una década más tarde, el 1% ganaba 115 veces
más.
Estados
Unidos es una de las sociedades más desiguales de la tierra, pero virtualmente
todos los países han visto crecer sus desigualdades en los últimos 20 años,
dadas las políticas neoliberales. La
UNCTAD publicó en su informe sobre Comercio y Desarrollo de 1977, algunas
avasalladoras evidencias, basados en 2600 estudios separados sobre
desigualdades de ingreso, empobrecimiento y empequeñecimiento de las clases
medias. El equipo de la UNTAD documenta
estas tendencias en docenas de sociedades muy diferentes, incluyendo a China,
Rusia y otros antiguos países
socialistas.
No hay
nada de misterioso en esta tendencia con respecto al crecimiento de la
desigualdad. La políticas son
específicamente diseñadas para dar a los que ya son ricos, más ingresos
disponibles; particularmente a través de reducciones en los impuestos o
constriñendo aún más los salarios. La
justificación ideológica y teórica para
estas medidas es que a más altos ingreso y ganancias para los ricos conducirán
a una mayor inversión, a una mejor distribución de los recursos y por tanto, a
más empleos y bienestar para todos. En
realidad, como fue perfectamente predecible, al mover el dinero hacia arriba en
la escala económica, condujo a las burbujas del mercado de las acciones, a las
riquezas de papel anónimos para unos pocos y al tipo de crisis financieras de
las cuales oiremos hablar mucho en esta conferencia. Si el ingreso es redistribuido en el 80%
inferior de la sociedad, éste será usado para el consumo que como consecuencia
beneficia al empleo. Si la riqueza es
redistribuida hacia arriba, donde la gente ya tiene casi todo lo que necesita,
no se irá hacia la economía local o nacional, sino hacia las bolsas
internacionales.
Como
todos ustedes saben, las mismas políticas se han llevado a cabo en el Sur y en
el Este, bajo el pretexto de un ajuste estructural, pero éste es sólo otro nombre para el
neoliberalismo. He usado a la Tatcher y
a Reagan para ilustrar las políticas a nivel nacional. En el nivel internacional, los neoliberales
han concentrado todos sus esfuerzos sobre tres puntos fundamentales:
n
Libre comercio de bienes y servicios
n
Libre circulación de capital
n
Libertad de inversión
En los
últimos 20 años, el FMI se ha fortalecido enormemente. Gracias a la crisis de la deuda y al
mecanismo de condicionalidad, ha evolucionado de ser un apoyo a la balanza de
pagos, a ser casi dictador universal de las llamadas “políticas económicas
sólidas”, que por supuesto son la políticas neoliberales. La Organización Mundial de Comercio se
estableció finalmente en enero de 1995, después de largas y laboriosas negociaciones,
a menudo conducidas a través de parlamentos que tenían muy poca idea de o que
estaban ratificando. Afortunadamente, el
más reciente esfuerzo para torna
obligatorias y universales las normas neoliberales, el Acuerdo Multilateral de
Inversiones (AMI) fracasó, al menos temporalmente. Éste habría dado todos los derechos a las
corporaciones, todas las obligaciones a los gobiernos y ningún derecho a todos
los ciudadanos.
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